Con qué facilidad,
debido a la inercia de tantos años,
me identifico con lo que no soy
y me reduzco a una identidad aparente:
la de mi pequeño yo,
simple manojo de deseos y miedos,
etiquetador permanente,
que pone su dicha en lo superficial,
en que las cosas le vayan “bien”,
según su particular y estrecho criterio.
Por eso, cuando le van “mal”,
se desespera, se irrita o se angustia,
creando resistencias
con las que no logra
sino incrementar el sufrimiento.
Y siempre así…,
hasta que aprenda a “rendirse”,
a no-evitar, a no-resistir.
Pero ese aprendizaje no está al alcance del yo.
Solo es posible cuando experimentamos
que no somos él
y nos abrimos y nos percibimos
como Espacio Consciente,
Vida Amorosa,
Presencia Segura…
Solo entonces descubrimos,
con tanto gozo como sorpresa,
que todo está bien,
que todo es como tiene que ser,
y que nada de ello afecta a quienes Somos.
No es un discurso de justificación;
tampoco de sumisión,
ni de pasividad o resignación.
Es, sencillamente, la percepción de lo real
desde “otro nivel”.
Habremos de hacer lo que tengamos que hacer,
pero desde el “lugar” adecuado,
la consciencia clara de quienes somos.
Anclados en ella,
caerán etiquetas,
perderán peso miedos y deseos,
observaremos serenamente los vaivenes y altibajos,
y podremos dejar fluir todo…
Viene lo que tiene que venir.
En la Presencia que somos,
todo está bien:
todo es un despliegue admirable de lo Real,
un juego sorprendente de la Consciencia.
El actor tiene que hacer su papel,
pero nunca olvida que su identidad es otra.
Tenemos papeles en esta gran representación,
pero ojalá no olvidemos que no somos ellos.
Somos Aquello que está detrás de todos los papeles,
Eso que queda cuando la mente se silencia,
Espacio consciente,
Vida amorosa,
Presencia segura.
Las religiones lo han nombrado con la palabra “Dios”,
y las personas religiosas más sabias
han sabido “perderse” tanto en él,
que han llegado a “anegar” su yo.
Y en esa “pérdida”,
como decía Jesús,
se han “encontrado” definitivamente
en su verdadera identidad.
Acabó la tiranía del yo
y emergió el horizonte de luz.
Es lo que ocurre cuando,
en una perspectiva no-dual,
acallada la mente,
“tocamos” y saboreamos
la Plenitud que somos
y en la que nos reconocemos:
hemos despertado,
hemos empezado a vivir.
Enrique Martinez Lozano